Amanece en mi interior y siento que ya no existe el arcaico orden impuesto por lo que creía que era el tiempo. Que el tiempo es, ahora, esa sensación indisoluble de tu boca robando mis palabras y mis ojos anhelando. Que el tiempo es el vaivén de las olas en mis oídos agitando los peces que viajan entre nuestras bocas en contraste con el mundo petrificado y aparentemente impasible que nos rodea. Y esos besos son como la seda bajo la que duermo en la inmensidad de tu cama bajo el amparo de tu ojos que se abren mirándome por dentro. Y sólo entonces me despierto, cuando las cosquillas que tus pestañas hacen al revolotear en mi interior avivan mi curiosidad, que llama a mis ojos de nuevo y sin sorprenderme te miro y me veo...
"Aquí había sido primero como una sangría, un vapuleo de uso interno, una necesidad de sentir el estúpido pasaporte de tapas azules en el bolsillo del saco, la llave del hotel bien segura en el clavo del tablero. El miedo, la ignorancia, el deslumbramiento: Esto se llama así eso se pide así, ahora esa mujer va a sonreír, más allá de esa calle empieza el Jardín des Plantes. París, una tarjeta postal con un dibujo de Klee al lado de un espejo sucio. La Maga había aparecido una tarde en la rue du Cherche-Midi, cuando subía a mi pieza de la rue de la Tombe Issoire traía siempre una flor, una tarjeta Klee o Miró, y si no tenía dinero elegía una hoja de plátano en el parque. Por ese entonces yo juntaba alambres y cajones vacíos en las calles de la madrugada y fabricaba móviles, perfiles que giraban sobre las chimeneas, máquinas inútiles que la Maga me ayudaba a pintar. No estábamos enamorados, hacíamos el amor con un virtuosismo desapegado y crítico, pero después caíamos en silencios terribles y la espuma de los vasos de cerveza se iba poniendo como estopa, se entibiaba y contraía mientras nos mirábamos y sentíamos que eso era el tiempo. La Maga acababa por levantarse y daba inútiles vueltas por la pieza. Más de una vez la vi admirar su cuerpo en el espejo, tomarse los senos con las manos como las estatuillas sirias y pasarse los ojos por la piel en una lenta caricia. Nunca pude resistir el deseo de llamarla a mi lado, sentirla caer poco a poco sobre mí, desdoblarse otra vez después de haber estado por un momento tan sola y tan enamorada frente a la eternidad de su cuerpo. "
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