domingo, 26 de octubre de 2014

Komorebi

Cada cierto tiempo le pasaba. El cansancio era supino. Ponía todo su empeño en correr, en huir de aquel ente ficticio que sentía que le perseguía, pero sus piernas a penas respondían, y cada paso era un suplicio. Ahora se repite, ni quiere ni puede parar su cuerpo que lucha por moverse.

La agonía termina al toparse con la escalera. Esa de peldaños irregulares, más sencilla de escalar de lo que a priori esperaría. La sube con su habitual cautela llegando hasta un hueco por el que no cabría pero que, desafiando las leyes de la geometría, termina pasando.

Por fin llega a aquella playa donde tantos veranos pasó en su juventud, notándola cambiada. Ahora hay un camino de piedras que lleva hasta la orilla, y en las rocas que flanquean la cala hay pequeñas fotografías de su anterior pareja con otra persona... fotos que observa desde la curiosidad mientras camina sobre las piedras hacia el mar.

Un colchón flota sobre el agua, y sobre éste ahora descansa. Sábanas blancas se pliegan irregularmente entre sus piernas y vibran con la brisa marina que hace bailar ese agua turquesa bajo el colchón. Con la mano izquierda acaricia el agua y saborea unas gotas con su lengua rosada. Repite el gesto pero esta vez deja caer las gotas sobre su frente, cerrando lo ojos observa el cielo que le recuerda a la superficie de esa copa de vino tinto ...


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