Había una vez... un humilde guardabosques que vivía en un pueblecito de Ávila. Este guardabosques tenía todas las noches el mismo sueño, que en una ciudad llamada Praga había un tesoro enterrado a los pies de un muro junto al río.
El sueño, pese a repetirse, se enriquecía con el tiempo de detalles, por lo que el guardabosques estaba convencido de la existencia de ese tesoro y, un buen día, emprendió camino a Praga para lograr su objetivo.
Llegó a la hermosa ciudad, rodeada de elegantes puentes y coronada por una imponente fortaleza, sintiendo que ya había estado allí. Conocía el camino que le llevaba hasta el muro, bordeando un puente y bajando hasta el río.
Cuando por fin llegó al punto donde, como cada noche soñaba, estaba enterrado el tesoro, se sorprendió al ver un guardia en una caseta. Ese guardia no aparecía en sus sueños, así que no sabía como actuar por lo que decidió preguntarle antes de ponerse a cavar.
"Disculpe, señor guardia, ¿podría cavar un hoyo junta a este muro?" A lo que el guardia contestó "no sé porqué habría usted de hacer eso, pero si así lo quiere carezco de autoridad para impedírselo" Por lo que el guardabosques, si más dilación, comenzó a cavar.
Cuando el hoyo era tan profundo como él de alto, desistió en su búsqueda, saliendo junto al guardia con un semblante hundido en decepción. "¿Qué sucede, caballero, buscaba usted algo?" le preguntó el guardia al verle tan afligido. "Verá; llevo toda mi vida soñando que aquí hay un tesoro enterrado, he gastado los ahorros que tenía en llegar hasta aquí pero no he encontrado nada" El guardia, sorprendido, le contestó "Bueno, yo llevo toda mi vida soñando que hay un tesoro escondido debajo de una chimenea en la casa de un guardabosques en un remoto pueblo de España y no por ello voy en su búsqueda. Debería usted marcharse a casa y continuar con su trabajo"
Consternado, el guardabosques emprendió camino de vuelta y nada más llegar fue directo a la chimenea.
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