Se aceptaban las reglas, salvo la
primera, a la que nadie prestaba realmente atención.
Las contradicciones reinaban en la casa.
Había dos bicicletas infantiles en el jardín de la entrada. Había una estantería
en el salón lleno de libros del doctor Seuss y varios dibujos desparramados a
los pies de una pequeña mesa de ikea de plástico.
Las cajas de varios tipos de copos de
cereales para el desayuno habían sido amontonadas en un rincón de la cocina
para dejar espacio a un espejo ubicado horizontalmente sobre el que acababa de
dejar caer su braguitas de seda.
El licor abundaba. El encuentro no fue
casual, una conexión de miradas y los tonos sedosos de sus voces les condujeron
a este juego.